En el artículo que a continuación desglosaremos, el filósofo y profesor español Jesús Ángel Martín Martín se basa en el ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” que escribió Walter Benjamin en 1936 para intentar reivindicar a la copia como una expresión artística cada vez más válida en tiempos computarizados: “El desarrollo industrial permitió el nacimiento de la fotografía y del cine, que son los fenómenos sobre los que reflexiona Benjamín en su artículo, pero actualmente estamos asistiendo a otro cambio espectacular en el mundo del arte: la posibilidad de realizar copias perfectas de una obra de arte, copias digitales que pueden difundirse rápidamente a través de Internet.

El autor también aboga por la democratización del arte sin dejar a un lado las desventajas y las amenazas que trae consigo, eleva al espectador al papel protagónico y reflexiona sobre las cualidades intangibles que sin duda posee el original. Que sirva de acompañante y amplíe la base teórica de nuestro “En Defensa del Arte Digital, y en busca de maneras de hacerlo rentable”. También, que justifique con filosofía la parte altruista de la misión de Posterity como compañía. Como siempre, recomendamos leer el artículo completo a los que cuenten con el tiempo necesario. Y comenzamos:

En el apartado “La importancia de la estética” Martín Martín cuestiona el postulado de que la misma está en decadencia en el mundo moderno al alegar que el ciudadano común, que solía conformarse con satisfacer sus apetitos y poco más, cada vez exige y paga por estética en “muchos aspectos de la vida, como la comida, la vivienda, o la ropa”, sin mencionar los cada día más aerodinámicos electrodomésticos. Luego, comienza:

Tal vez el arte, o mejor dicho las bellas artes, estén en crisis pero, como ya he señalado, es inherente a la condición humana la necesidad de satisfacción estética. Lo que sucede es que la sociedad evoluciona y los cambios modifican también los gustos y las categorías estéticas. Y como consecuencia de esos cambios cambian los objetos artísticos.

Más adelante entra en materia económica al discutir las falsificaciones, “Todos sabemos que las falsificaciones han existido siempre, y que se han tolerado, pero como subproductos del arte ‘verdadero’. Con la democratización de la cultura incluso han existido voces en defensa de las copias como único medio de acceso al arte entre las clases populares.” Y destaca el problema filosófico que presentan las de alta calidad, las que logran engañar a expertos y museos y producen esa “experiencia estética”, y luego al ser descubiertas pierden todo su estatus y valor, ¿qué pasó ahí exactamente?

Yo creo que el problema de las falsificaciones pasa por ser estético pero no lo es; es un problema económico. Una obra pierde su valor económico cuando se descubre que es falsa porque baja enormemente cotización en el mercado, y baja su cotización por las reglas más elementales de la oferta y la demanda: originales sólo hay uno y copias puede haber muchas.

La sección más extensa y carnosa lleva como título “La teoría del genio”, y para comenzar la discusión se traslada a Atenas:

Creo que en nuestra cultura Platón es uno de los pioneros del culto al original; él situó la Belleza entre las ideas originarias de las que todo procede; el mundo es una copia y como tal una degeneración del mundo de las Ideas, ese mundo verdadero en el que se inspira el Demiurgo para conformar nuestro mundo material. En ese sentido, aunque tal vez por otros motivos, despreció el arte al que consideró una copia de tercer nivel.

Más adelante se enfoca en el título del apartado, avanza más de dos mil años y se traslada a Alemania, en donde Immanuel Kant:

En la estética del juicio, en el famoso parágrafo 46, viene a decir que la obra de arte lo es porque en su origen está el genio creador; vamos que, como el arte es un producto único y no puede ser posible a partir de reglas técnicas o científicas no es posible más que a partir de una mente genial; o sea que sólo el genio puede ser artista y el artista, para serlo, tiene que ser un genio. El genio haría en el arte el papel que Dios hace cuando crea el mundo.

Y finalmente, en la misma Alemania pero unos cien años más adelante, vuelve a Walter Benjamin: “Él dice que el aura es la esencia misma de la obra de arte, el aquí y el ahora que hacen a una obra irrepetible; por eso toda copia, sea manual o técnica, mata lo esencial del arte, su aura.” Para luego presentar el concepto, las ventajas y los riesgos de la inevitable democratización del arte:  

Según él la reproductibilidad técnica modifica la antigua relación del arte con el espectador en varios sentidos; uno de los más importantes es lo que podríamos llamar democratización del arte; por un lado la enseñanza generalizada aumenta la demanda de arte culto y por otro, la capacidad técnica de reproducir cada vez más fielmente las obras hace que éstas sean más asequibles al público.

La conclusión de aquel artículo es meritoria porque es premonitoria y muy compartida actualmente: la masificación de la cultura y del arte conduce a su devaluación y vulgarización.

El autor ya lo había advertido: “Lo que sucede es que la sociedad evoluciona y los cambios modifican también los gustos y las categorías estéticas. Y como consecuencia de esos cambios cambian los objetos artísticos.” El proceso es indetenible, lo único constante es el cambio, y Martín Martín trae el punto a casa con la frase final de la sección:

“… la estética que surgió para explicar y apreciar el arte romántico ya no es apropiada para comprender el arte actual; las nuevas manifestaciones artísticas nos obligan a establecer nuevas categorías estéticas que den cabida a las nuevas formas y expresiones artísticas.

Ya lo dijo Walt Whitman, “Para tener grandiosos poetas, deben haber grandiosas audiencias”, y más adelante el autor pone al espectador en el mero centro de la experiencia estética:

Para ser más claro: el artista, el genio, recibe su inspiración y la materializa en la obra de arte; o sea, que la obra de arte es la encarnación del ingenio, del espíritu creador. Ahora, si el espectador tiene buen gusto, será capaz de reproducir al revés la experiencia creadora; la percepción del arte se transformará en él en sentimiento de belleza.

En las conclusiones Martín Martín pone claro que: “reivindicar el valor estético de la copia no implica minusvalorar la obra original; es evidente que todo proceso estético comienza ahí”, e intenta explicar el fenómeno que analizó sin utilizar la política y la economía: “Puede que el culto al original y las críticas a la democratización de la cultura obedezcan a la añoranza de los orígenes, de algún pasado mejor; o puede que sea simple miedo a lo nuevo”. Finalmente, sin embargo, son esas dos fuerzas las que más influyen en el inocente espectador:

Es necesario desmontar algunas viejas categorías estéticas, como ésta del genio y el original, porque, como hemos visto, en vez de explicar las manifestaciones artísticas actuales confunden al espectador y le hacen depender de criterios estéticos impuestos, generalmente, desde las instituciones que controlan el valor económico del arte.

Y hasta ahí llegamos. Queda mucha tela que cortar y el ensayo tiene mucho material que no mencionamos, recomendamos una vez más leerlo en toda su gloria.

 

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